Genocidas de ayer, negacionistas de hoy
El «homenaje» convocado por Victoria Villarruel, con la excusa de la libertad de expresión, fue para negar el genocidio y reivindicar a la dictadura. Con la izquierda al frente, organismos de derechos humanos y organizaciones populares repudiamos esa provocación. Villarruel y Milei pretenden reinstalar la mentirosa «teoría de los dos demonios». Hay que pararles la mano. Por Alejandro Bodart.
El evento realizado en el Salón Dorado de la Legislatura porteña generó bronca y repudio. Se rodeó el recinto y se logró dar amplia difusión a su carácter reaccionario. Entre sus invitados hubo militares procesados por asesinato y torturas, así como abogados defensores de genocidas. Además, en la charla atacaron a los organismos de derechos humanos y a la izquierda como defensores del «terrorismo».
Toda esa tergiversación de la realidad busca rehabilitar la llamada teoría de los dos demonios, para conseguir impunidad y revertir los procesos de juicio y castigo a los represores logrados con décadas de lucha y movilización. Por eso creemos importante denunciar el objetivo de los liberfachos, desnudar sus mentiras y a la vez clarificar la verdadera historia, incluida la postura de nuestra corriente en aquel entonces.
Los 70: se tensa la lucha de clases
En esa década, para tratar de poner fin al fuerte ascenso obrero y popular, el gobierno peronista asumido en 1973 fue preparando el terreno para la asonada militar.
Se venía de grandes luchas de trabajadores, estudiantes y sectores populares que desbordaban a la burocracia de la CGT, como el Cordobazo de 1969 y otras rebeliones y oleadas de huelgas. En las fábricas avanzaba el clasismo. Así se había derrotado a la dictadura de Onganía y Lanusse, imponiendo elecciones libres. La burguesía aceptó el regreso de Perón al país desde el exilio a fin de frenar ese movimiento.
Con la vuelta al sistema democrático creció el activismo clasista y de izquierda, con peso en Córdoba, Villa Constitución y los cordones industriales del Gran Buenos Aires. Junto a recuperar comisiones internas y cuerpos de delegados, surgieron coordinadoras fabriles opositoras a la burocracia sindical. Los fenómenos guerrilleros (ERP, Montoneros y otros) fueron un componente de ese ascenso. A la vez se abrió un debate estratégico en las filas de la izquierda y el activismo, bajo el impacto y el entusiasmo que generó la Revolución Cubana: ¿Qué camino para la revolución, qué herramientas?
Por otra parte, desde el propio gobierno de Perón e Isabel se inició la represión parapolicial mediante la formación de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), banda armada de ultraderecha que con sus secuestros y asesinatos de activistas sindicales y estudiantiles anticipó los métodos que luego multiplicaría la dictadura genocida tras el golpe militar de 1976.
Dos orientaciones en juego
Los debates en los 70 eran sobre todo políticos, para la acción de los revolucionarios. Nuestra corriente histórica y nuestro antecesor, el PST, sostenía que el camino para la revolución era a través de la movilización de masas, el impulso a las crecientes luchas obreras y juveniles. Y sobre todo, la construcción de un partido revolucionario que acumulara más voluntades en esas luchas para dirigirlas hacia la revolución y el socialismo.
En cambio, el PRT-ERP y Montoneros, en una traslación mecánica de lo sucedido en Cuba, buscaron un atajo vía la lucha armada y «acciones ejemplares» que impacten para -suponían- así convencer al activismo de seguir sus pasos. Es decir, reemplazar las luchas de masas por acciones guerrilleras. Esta estrategia, en donde se aplicó, le costó caro a una generación de revolucionarios. Nosotros polemizamos con el método y la política de estas organizaciones, porque al mismo tiempo depositaban ilusiones políticas en el gobierno burgués peronista que aplicaba ajustes y reprimía al activismo clasista. Pelear «por dentro» del PJ era una batalla perdida de antemano.
El foquismo concebía a la guerrilla como único camino a la revolución. Relegaba y hasta prescindía de la lucha de masas, indispensable para todo triunfo revolucionario. Así se fueron aislando cada vez más del proceso de movilización obrera desde el Cordobazo y terminaron diezmados por las Fuerzas Armadas incluso antes del golpe de 1976. En realidad, el objetivo central de la dictadura fue liquidar a la numerosa vanguardia sindical, estudiantil y popular combativa para imponer un plan económico brutal de ajuste y entrega al imperialismo