La odisea de despedir a alguien que fallece por COVID-19
La ambulancia de la cochería Oviedo para a dos cuadras del Hospital Posadas. Arriesgando sus trabajos, los camilleros abren las puertas para que mi mamá vea por última vez a su compañero de vida antes que las llamas del crematorio lo consuman. No lo puede tocar, aunque se muere por abrazarlo. La ambulancia cierra sus puertas. Por Rodrigo Lescano.
«Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas» Bob Dylan.
Hace 15 días Adriana fue a visitar a Víctor al cuarto piso del hospital como lo venía haciendo diariamente. Hacía un mes había sido internado por diversas complicaciones cardíacas y neurológicas. Una de las doctoras se acerca a ella para anunciarle que papá había dado positivo de coronavirus y que sería trasladado a un área específica para estos pacientes. En el reflejo de su mascarilla se puede ver la cara de sorpresa y angustia de mamá. Ella debería aislarse por prevención. Sin caer en pánico, Adriana se acerca a la habitación para contarle la noticia a Víctor, quien estaba recibiendo oxígeno. Con la poca energía que tenía en ese momento, esté le dice: «Cuida a los chicos».
A partir de ese momento, la única forma de enterarse sobre la evolución del paciente era por medio de llamadas telefónicas que recibíamos por parte de los responsables del piso donde se hallaba internado. Hablar con papá era complicado: la mascarilla de oxígeno hacía que no se le entendiera nada, sumado a una demencia que no le permitía expresarse correctamente. La ansiedad de la familia ante la espera del llamado del médico con las novedades era simétrica al colapso sanitario que enfrentaba el personal de salud de ese lugar. El piso destinado para pacientes con COVID y la terapia respiratoria de adultos estaban completos desde la primera semana de abril. Y afuera, se veían enormes filas con trabajadores, jubilados, jóvenes, que esperaban para hacerse el hisopado.
«Pueden venir a verlo»
Todos los días de la semana pasada el informe médico de Víctor decía «situación crítica». El oxígeno aumentaba a la par de sus paros respiratorios. Papá no atendía el teléfono. Tal vez estaba viajando con su amigo «el Tarta» al norte argentino, o presenciaba en la cancha de Morón con mi abuelo Pipo como de local el «gallo» le ganaba a Nueva Chicago. Pero el informe del jueves incluyó una posdata: «pueden venir a verlo».
Solo podían ir los más cercanos. Mi hermana y mi abuela se pusieron los camisolines y entraron a esa sala donde se siente la decisión de los poderosos de abandonar a su suerte a los trabajadores, los que hacen la salud pública. Gracias a una videollamada, Adriana lo puede ver por unos segundos, ya que mi hermana no pudo estar allí más tiempo por los riesgos que conlleva.
Quien escribe prefirió no ir porque ya lo despidió a su manera, cuando semanas atrás le leyó un cuento del Negro Fontanarrosa y simuló con un inhalador y una radio portátil una emisión de un programa radial. Lo hizo como forma de agradecerle todo su apoyo en su carrera periodística. Él siempre se ponía contento cuando veía en sus redes sociales mis notas publicadas.
El viernes no hubo informes. Y el sábado, un tío se entera de la partida de su hermano quien, desesperado ante la falta de noticias, se acercó al hospital. El mensaje «falleció papá» se esparce por todos los chats de la familia. Rompe esperanzas de que iba a salir adelante. Abre llantos, reflexiones y corridas en búsqueda de ese abrazo tan necesario.
Despedir tiene su precio
Iniciar los trámites para su cremación me ayuda a ocupar la cabeza mientras recibo decenas de mensajes y llamadas dándome fuerzas para atravesar el momento. El aumento de contagios me lleva a tomar la decisión de que, por ahora, esos abrazos deberían esperar un poco más.
Debido a las disposiciones gubernamentales, los fallecidos por coronavirus deben ser cremados. Organizar un crematorio no es tarea fácil y se recomienda al lector, si está pasando por un momento parecido al que se describe en esta nota, que se informe con anterioridad como son los pasos a seguir. Los sindicatos solo cubren los gastos de la funeraria, pero no los del crematorio. Cualquier crematorio parte de los 11 mil pesos. Nosotros lo pudimos costar gracias a la jubilación de mamá.
Si el lector se encuentra desocupado o en la precariedad prepárese para afrontar grandes gastos. Por ejemplo, la cochería Oviedo, ubicada en la zona noroeste del GBA, cobra $35.000 el servicio fúnebre y sus ataúdes empiezan en los $18.000.
Los fallecidos por la pandemia solo pueden enterrarse en cementerios privados. El cementerio Buen Retiro, ubicado en Moreno, cobra 102 mil pesos la parcela. El cementerio donde está «El Diego» 450 mil y Jardín de Paz tiene tarifas que empiezan en 200 mil. Todos valores alejados a cualquier familia trabajadora.
Una vez finalizado los trámites de sepelio, comenzarán otros: los del hospital. Habrá que entregar la documentación del fallecido y de esa manera uno puede retirar sus pertenencias. La ambulancia de la funeraria retirará el cuerpo de la morgue y lo mantendrá en la cochería hasta tener un turno en el crematorio elegido por la familia.
Para enfrentar el dolor
Papá apareció por primera vez en un diario este domingo. «Confirmaron otras 298 muertes» titulaba Clarín. Era parte de una cifra. Confirmo que a las otras 297 familias ningún empresario ni político de alguna de las «grietas» les llevó las condolencias. La empatía de las clases dirigentes con nuestros fallecidos se compara con su responsabilidad ante la escasez de vacunas, de oxígeno, respiradores y camas.
Todas las familias de los fallecidos estamos pensando como siguen nuestras vidas sin esas personas. Buscamos formas de despedirnos, volvemos a nuestras rutinas diarias o empezamos actividades que postergamos. Quien escribe cree que es necesario todo eso, pero es urgente si no queremos pasar por esto de vuelta, comprender que nuestro dolor tiene responsables políticos y que las cosas pueden ser distintas si nos organizamos para que no haya más sufrimientos.
Dentro de todos los mensajes de apoyo de estos días, los que más me llamaron la atención fueron los de los ex compañeros de trabajo de papá. Me compartieron sus recuerdos con él, me marcaron como su solidaridad los había ayudado en determinados momentos de sus vidas. En momentos de crisis como los que vivimos y donde estamos rodeados de muerte, pero también donde distintos sectores salen a luchar por salario, IFE y vacunas, la solidaridad es un buen comienzo para enfrentar el dolor.
(Artículo en agradecimiento al personal de salud del Hospital Posadas y dedicado a los familiares y amigos de Víctor Lescano, así como también a todos los que perdieron a alguien por la pandemia)
Rodrigo Lescano, periodista.